No te entiendo. ¿Si no te apetece el verme o estar conmigo para qué me citas? Sabes como soy. No puedo evitar el estar comiéndote a besos y sintiendo el roce de tu piel con la mía (de cualquiera de las 1001 formas que existen). Eres la mayor de mis alegrías cuando te veo, y el peor de mis tormentos cuando te marchas o cuando estás apagada. Sufro cuando no sonríes, cuando no brilla tu mirada, cuando siento que nos distanciamos porque no tenemos nada que compartir. Esos interminables silencios sin caricias ni besos pueden conmigo, lo reconozco.
Tengo necesidad de fundirme contigo, de contagiarte esta alegría y ganas de vivir, este inmenso bienestar que produces en mi cuando estás bien. Hay días en que me pregunto si no habremos pasado de un tímido amor a un fuerte geniales amigos.
Intento cambiar, no exigir, disfrutar y ser paciente, no hacer cosas que te puedan molestar. Me reprimo. Realmente yo no soy así. Me encantaría cubrirte con mi esperanza, ilusión y cariño, tocarte, escucharte, pero la situación es fría, te noto incómoda... Entonces ¿para qué quedas conmigo? Si no sientes esas ganas que yo tengo de compartir e intercambiar, ¿Por qué me llamas? No tienes ninguna obligación. Realmente no me apetece estar contigo cuando te siento distante, cuando ni tus manos ni tus labios quieren contacto con mi piel. Así me terminarás aborreciendo, créeme. El amor no es algo que crece o aparece así espontáneamente ni se puede forzar.
¿Quién te ha robado la felicidad, la chispa, que hizo que me quedase colgado por ti? Creo que soy yo el que está asfixiando tu llama. Otro de los innumerables problemas con los que nos ahoga la vida, y no pequeño.
Hay cosas que no me puedes pedir, como dejar de pensar en ti, como el de sentir una inmensa alegría cuando quieres verme, como estar muriendo de ganas de hacerte feliz, porque así ya no sería yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario