Que lento se mueve todo lo que me rodea, y yo viajando en un auto desbocado a gran velocidad por la soleada carretera de mi pensamiento. Tengo la sensación de estar ganando tiempo cuando me gustaría sentir que lo estoy viviendo. Sólo han pasado 3 días, y ya me parecen 3 meses, cuando no hace ni una semana me estaba ahogando en el tranquilo lago formado por el deshielo de las nieves que no dejaban cerrar la puerta del corazón.
Me desperté sobresaltado. El sonido del teléfono que me anunciaba los buenos días y me ayudaba a superar ese trauma, que es salir de la cama cuando todo está frío, traía nuevas de nuevo. Y no podía ser más que tu, porque nadie más me habla por ahí. Así que como impulsado por el muelle de la esperanza, como antaño, salté de la cama, cogí el teléfono, y SÍ, eras tu, pero no con las nuevas que me hubiese gustado oír, más bien con algo que venía a reavivar la hoguera de mis pequeños tormentos. Querías devolverme todo lo que dejé olvidado en tu casa el día que salí para probablemente no volver a entrar jamás. No hubo tiempo ni para despedidas, el huracán de la tristeza me arrebató de tu vida con la rapidez de un tornado y con un sólo beso en la mejilla para toda la posteridad. También quedaron en el asiento de mi coche las flores que un día corté con toda la ilusión del mundo para ti, y que ya nunca recibirás.
Lo que me entristece realmente es que no supe -o no existe manera humana- para agradecerte todo lo que he sentido habiendo compartido tan poco tiempo contigo. Ese es el mayor de mis sufrimientos y frustraciones. Tengo mono de ti. Tengo mono de la dicha que me hiciste sentir.
Parece que las fuerzas con las que comencé esta gesta sólo me generan déficit...
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