Contemplando un cuadro que una amiga regaló a mi madre me pregunto, cuasi afirmo: seguro que cuando alguien pinta algo sabe previamente quién se lo ha inspirado o quién será el destinatario de tal valorado objeto.
Cada trazada, cada pequeña pincelada en el lienzo rezuma sentir... en cualquiera de sus vertientes, pero al fin y al cabo sentir.
Biendeseado por muchos poder de revivir o recrear un momento por la efímera eternidad, por el paso del tiempo. Tiempo que derrochamos diariamente como ricos emborrachados de champagne y del que nunca creemos que nos veremos faltos.
Pintar por ejemplo la constelación de estrellas que forman cada uno de tus lunares, y recorrer con mi lengua cada uno de los trazos que las dibujan, y volver a dibujar de nuevo, pero esta vez imaginando nuevos trazos y nuevos dibujos.
Descender por el sendero que me brindan los valles que convergen de tus caderas, deteniéndome en cada pequeño bello volviéndolo a peinar con mi pincel. Saborear la textura de cada uno de tus poros. Beber del arroyo del deshielo de las cumbres para así volver cargado de inspiración y terminar fundiéndome con la obra en el súmum del artista en un intercambio de matices y colores que ya envidiaría para si el arcoiris.
Yo sólo me conformaría con ser pintor para poder dibujar tu silueta cada vez que quisiera.
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